Virgen María de Ratisbon – La conversión del judió Alfonso

Virgen María de Ratisbon – La conversión del judió Alfonso

¿Tú crees que existe un milagro mayor que la resurrección de un muerto?

Sabrás o no, que existe una famosa resurrección que involucra a Nuestro Señor y a San Lázaro.

Éste último, había muerto y luego de varios días, tantos fueron, que ya se sentía hacia fuera de la tumba, ese característico olor de la muerte, el olor de la podredumbre. La intervención de Nuestro Señor cae son Lázaro y lo resucita.

Este es considerado uno de los mayores milagros católicos que la Iglesia Romana evoca.

El milagro de la conversión del alma

Ahora, respondiendo a la pregunta formulada, muchos afirman que, SI existe un milagro aún mayor que el de la resurrección de un muerto, y es precisamente, el de resucitar un alma.

Aquel alma que se encuentra acorralada por el pecado, atormentada por el odio hacia la fe católica, si vuelve a Dios y anda por el sendero de los mandamientos, muchos consideran un milagro magno, un milagro mayor a la de resucitar un muerto.

Historia de la Virgen de Ratisbon

En la ciudad de Roma, allá por mediados del siglo XIX, haciendo un recorriendo por las Basílicas Romanas, otras Iglesias católicas, así como también, tantas reliquias de la cristiandad que esta hermosa cuidad brinda, el varón francés Teodoro de Bussiéres se encontraba inmerso en un particular entusiasmo.

El entusiasmo sobresaliente que éste presentaba, era el resultado de que gran parte de su vida, él había sido protestante, y acababa convertirse y hacerse católico. Con lo cual su alma, estaba totalmente lleno de gracia.

A la vez, sentía en su interior, la necesidad de exclamar todo aquello que vibraba por dentro suyo, y afanaba con que muchos otros, como él, también abracen el catolicismo y amen la verdadera fe.

Alfonso de Ratisbona: el judío convertido

Teodoro de Bussiéres recibe, casualmente, en su casa la visita de un amigo de la infancia, se trataba Marie-Alphonse Ratisbonne. Hacía muchos años que no se veían. En realidad, la amistad de Teodoro, era más afín con el hermano de Alfonso, llamado también Teodoro.

Alfonso de Ratisbona (más conocido en español) era una importante personalidad francesa, de oficio abogado y banquero, o sea, era inevitablemente rico.

Alfonso, tenía una importante tradición y creencia ancestral: era judío. Con lo cual, no compartía para nada, en absoluto, lo relacionado a la fe cristiana y católica. Directamente, no creía ni siquiera en Dios, o sea, totalmente ateo.

Pesaba sobre sí, la singularidad de que su hermano (Teodoro), se había convertido de protestante a católico, se había declarado cristiano, y además, ordenado sacerdote. Con lo cual, esta situación había producido en Alfonso, un rechazo inmediato para con su hermano y por sus sentimientos.

Disgustado con la conducta de su hermano, comenzó a odiar el hábito, y aquella conversión, creó en su interior, un odio y rechazo total por el cristianismo. Él consideraba un fanatismo por la religión católica, por parte de sus practicantes, y terminó con tenerle verdaderamente, horror.

Teodoro, desde el aquel primer encuentro con Alfonso, en su casa, comenzó a encaminar su conversación hacia la enseñanza y propagación de la doctrina católica, a sabiendas de que millonario francés no era católico, mucho más, era judío.

Fueron tan grandes sus ánimos de divulgar sus sentimientos religiosos, que Teodoro insistía para que Alfonso, comenzara a abrazar la fe católica.

De hecho, llevaba consigo una medalla milagrosa de la Virgen María, en realidad, llevaba muchas de estas medallas. Desde hacía un tiempo, Nuestra Señora obraba a través de grandes milagros, entonces, él se hizo de unas cuantas medallas, y se la obsequió a su amigo.

Y no sólo le regaló la medalla, sino que, además, le entrego en sus manos un escrito en papel. Era, nada más y nada menos, que la hermosísima oración Acordaos.

Acordaos

“Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos acudo, Oh Virgen, Madre de las vírgenes; y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh Madre de Dios, mis humildes súplicas; antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos y dignaos aceptarlas favorablemente”

Con la entrega, Teodoro sometió a un reto a Alfonso. La incitación era, que cada día, leyera el “Acordaos” y vistiera colgada a su cuello, la medalla de la Virgen Inmaculada.

Por supuesto, que este acto, a Alfonso Ratisbona, le pareció un poco normal, y hasta lo paso como desapercibido, debido a las condiciones y acciones demostradas de su amigo. Sin ánimo de ofender a éste, se guardó la oración en el bolsillo de su blazer, al igual que aquella medalla, la cual iba acompañada de una cadena.

Agradeciendo su intención, y con mucha amabilidad y formalidad, Alfonso, ante la insistencia de Teodoro acepta el “reto”, entendiendo de que no encontraría beneficio alguno al hacer aquella petición, pero a la vez, decía que, por su condición, tampoco lo perjudicaría. Por ello acepto.

El día del milagro: Aparición de la Inmaculada Virgen María a Ratisbona

Corría el 20 de enero de año 1842, y luego de varios días, y en la misma Roma, nuevamente existe este encuentro de amigos, otra vez y de forma casual (o no). Después de un saludo cordial, Teodoro le comunica a Alfonso que se dirige hasta la Iglesia de Sant’Andrea delle Fratte (San Andrés de la Fraternidad) a ofrecer unas intenciones para la próxima misa.

Como era de esperar, Teodoro lo invita a Alfonso que lo acompañe hasta la parroquia, y sorprendentemente, la respuesta de Alfonso, de buenas a primeras, fue, un sí.

Es así, que llegan a la Iglesia, en la carroza de Teodoro, y mientras éste hacía su cometido en la sacristía, su amigo empezó a hacer un recorrido por la pequeña parroquia, llamándole mucho la atención las obras de arte, que aquella Iglesia exhibía, pero en especial, una.

Se trataba del altar de la Virgen de las Gracias o de la Medalla Milagrosa (la misma imagen del obsequio de su amigo).

Las siguientes son las palabras que expresó Alfonso de Ratisbona ante aquella magnitud ante sus ojos:

Nuestra Señora del Milagro de Ratisbon

“Vi un velo delante de mí. El lugar donde me encontraba, aquella Iglesia, me parecía toda oscura, excepto un lugar, una capilla. Era como si toda la luz de la Iglesia, se concentraba sólo allí. Miré aquella capilla radiante de tantísima luz, y vi sobre aquel altar a la Misericordiosa Virgen María, estaba, de pie, viva, grandiosa y majestuosa.

De igual semejanza, tanto en el gesto como en la imagen, a la que había visto en la Medalla Milagrosa de la Inmaculada.

Me hizo una señal con su mano, para que me arrodillase, instintivamente no quería, pero corría una fuerza magnífica interna sobre mí, que me hacía impulsarme hacia Ella, pero caí de rodillas en el mismo lugar donde me encontraba.

Intenté alzar mis ojos hacia Ella, en varias oportunidades, pero no pude, el respeto a lo que delante de mí se encontraba, y por sobre todo, el esplendor me lo impedía, aunque no me impedía la evidencia de aquella aparición.

Apreciando sus manos, vi la expresión del perdón y la misericordia.

En pocos segundos, y ante Su presencia, comprendí el verdadero horror del estado en el que me encontraba, la deformidad del propio pecado, la belleza de la religión católica, en una palabra: comprendí TODO.

Yo salía de una tumba, de un abismo entre tinieblas, y sí señor, estaba vivo, estaba perfectamente vivo ¡y lloraba! Veía en el fondo de aquel abismo, las enormes miserias de las que había sido arrancado por una misericordia infinita.”

Conclusiones finales y reflexiones sobre María de Ratisbon

Este hecho fue tan espectacular y causó tanta repercusión en aquellos tiempos, que toda Europa se hizo eco, la pregunta era: ¿cómo podía ser, que un joven, con tanto poder, rico y millonario, banquero y progenitor de banqueros, y por sobre todo judío, tuviera tal conversión.

Y no sólo renunció a toda su vida anterior, no sólo se hizo o se convirtió en católico, provocando en todo el continente un qué decir, y un conversar entre todos; sino que, además, se hizo sacerdote, y fundó una congregación con el único fin, de convertir a todos sus hermanos de raza.

Así es, hermanos de esta gran comunidad, con este hermoso relato, en el día de hoy, conocimos al israelita y natural de Estrasburgo, Alfonso de Ratisbona. Convertido en alma, y de forma instantánea, iluminado por la gracia y la aparición de Nuestra Madre Celestial, la Inmaculada Virgen María.

Esta historia nos tiene que dejar la lección, la de aferrarnos a Ella con total entrega y amor, llevando con nosotros una medalla, un escapulario, un rosario, o cualquier señal de amor y entrega, pero por, sobre todo, de bendición.

Ave María Purísima…

María

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